CITA DE LA SEMANA: "A quien no quiere mandar es muy difícil obligarlo a obedecer" Jean-Jacques Rousseau, filósofo del siglo XVIII.

jueves, 16 de junio de 2016

Trabajo de Francisco de Quevedo realizado por Mari Cruz:

(Madrid, 1580- Villanueva de los Infantes, España, 1645) Escritor español. Los padres de Francisco Quevedo desempeñaban altos cargos en la corte, por lo que desde su infancia estuvo en contacto con el ambiente político y cortesano. Estudió en el colegio imperial de los jesusitas, y, posteriormente, en las Universidades de Alcalá de Henares y de Valladolid, ciudad esta donde adquirió su fama de gran poeta y se hizo famosa su rivalidad con Góngora.
Siguiendo a la corte en 1606 se instaló en Madrid, donde continúo los estudios de teología e inició su relación con el Duque de Osuna, a quien Francisco de Quevedo dedicó sus traducciones de Anacreonte, autor hasta entonces nunca vertido al español.
En 1613, Quevedo acompañó al duque a Sicilia como secretario de estado, participó como agente secreto en peligrosas entregas diplomáticas entre las repúblicas italianas. De regreso en España, en 1616 recibió el hábito de caballero de la Orden de Santiago. Acusado, parece que falsamente, de haber participado en la conjuración de Venecia, sufrió una circunstancial caída en desgracia, a la par, y como consecuencia, de la caída del duque de Osuna (1620); detenido, fue condenado a la pena de destierro en su posesión de Torre de Juan Abad (Ciudad Real).

Sin embargo, pronto recobró la confianza real con la ascensión al poder del conde-duque de Olivares, quien se convirtió en su protector y le distinguió con el título honorífico de secretario real. Pese a ello, Quevedo volvió a poner en peligro su estatus político al mantener su oposición a la elección de Santa Teresa como patrona de España en favor de Santiago Apóstol, a pesar de las recomendaciones del conde-duque de Olivares de que no se manifestara, lo cual le valió, en 1628, un nuevo destierro, esta vez en el convento de San Marcos de León.

Pero no tardó en volver a la corte y continuar con su actividad política, con vistas a la cual se casó, en 1634, con Esperanza de Mendoza, una viuda que era del agrado de la esposa de Olivares y de quien se separó poco tiempo después. Problemas de corrupción en el entorno del conde-duque provocaron que éste empezara a desconfiar de Quevedo, y en 1639, bajo oscuras acusaciones, fue encarcelado en el convento de San Marcos, donde permaneció, en una minúscula celda, hasta 1643. Cuando salió en libertad, ya con la salud muy quebrantada, se retiró definitivamente a Torre de Juan Abad.
La obra de Francisco de Quevedo

Como literato, Quevedo cultivó todos los géneros literarios de su época. Se dedicó a la poesía desde muy joven, y escribió sonetos satíricos y burlescos, a la vez que graves poemas en los que expuso su pensamiento, típico del Barroco. Sus mejores poemas muestran la desilusión y la melancolía frente al tiempo y la muerte, puntos centrales de su reflexión poética y bajo la sombra de los cuales pensó el amor.

A la profundidad de las reflexiones y la complejidad conceptual de sus imágenes, se une una expresión directa, a menudo coloquial, que imprime una gran modernidad a la obra. Adoptó una convencida y agresiva postura de rechazo del gongorismo, que le llevó a publicar agrios escritos en que satirizaba a su rival, como la Aguja de navegar cultos con la receta para hacer Soledades en un día (1631). Su obra poética, publicada póstumamente en dos volúmenes, tuvo un gran éxito ya en vida del autor, especialmente sus letrillas y romances, divulgados entre el pueblo por los juglares y que supuso su inclusión, como poeta anónimo, en la Segunda parte del Romancero general (1605).


Algunas de sus obras literarias fueron: 

A Aminta, que se cubrió los ojos con la mano

Lo que me quita en fuego, me da en nieve
La mano que tus ojos me recata;
Y no es menos rigor con el que mata,
Ni menos llamas su blancura mueve.

La vista frescos los incendios bebe,
Y volcán por las venas los dilata;
Con miedo atento a la blancura trata
El pecho amante, que la siente aleve.

Si de tus ojos el ardor tirano
Le pasas por tu mano por templarle,
Es gran piedad del corazón humano;

Mas no de ti, que puede al ocultarle,
Pues es de nieve, derretir tu mano,
Si ya tu mano no pretende helarle.



A Dafne, huyendo de Apolo
«Tras vos un Alquimista va corriendo,
Dafne, que llaman Sol ¿y vos, tan cruda?
Vos os volvéis murciégalo sin duda,
Pues vais del Sol y de la luz huyendo.

ȃl os quiere gozar a lo que entiendo
Si os coge en esta selva tosca y ruda,
Su aljaba suena, está su bolsa muda,
El perro, pues no ladra, está muriendo.

»Buhonero de signos y Planetas,
Viene haciendo ademanes y figuras
Cargado de bochornos y Cometas.»

Esto la dije, y en cortezas duras
De Laurel se ingirió contra sus tretas,
Y en escabeche el Sol se quedó a oscuras.


Romance
«A los moros por dinero;
a los cristianos de balde.»
¿Quién es ésta que lo cumple?
Dígasmelo tú, el romance.

Yo, con mi fe de bautismo,
tras ella bebo los aires;
por moro me tienen todas:
dinero quieren que gaste.

En lenguaje de mujeres,
que es diferente lenguaje,
de balde es dos veces dé,
cosa que no entendió nadie.

Todas me llaman Antón,
todas me cobran Azarque,
y son, al daca y al pido,
mis billetes Alcoranes.

El sombrero que les quito
se les antoja turbante,
y mi prosa, algarabía,
por más español que hable.

Sin duda, romance aleve,
que, por sólo el consonante,
a los pordioseros fieles
les diste alegrón tan grande.

Y aquella maldita hembra,
para burlar el linaje
de los Baldeses de paga,
tocó a barato una tarde.

Iuego que el romance oí,
me llamaba por las calles
cristianísimo, sin miedo
del rey de Francia y sus Pares.

¿Adónde están los cristianos
que gozan de aqueste lance?:
que en el reino de Toledo
los Pedros pagan por Tarfes.

Si la que lo prometiste
en esa cazuela yaces,
más gente harás, si te nombras,
que las banderas de Flandes.

Doña Urraca diz que fue
la del pregón detestable:
que cosa tan mal cumplida
no pudo ser de otras aves.


A la mar

La voluntad de Dios por grillos tienes,
Y escrita en la arena, ley te humilla;
Y por besarla llegas a la orilla,
Mar obediente, a fuerza de vaivenes.

En tu soberbia misma te detienes,
Que humilde eres bastante a resistilla;
A ti misma tu cárcel maravilla,
Rica, por nuestro mal, de nuestros bienes.

¿Quién dio al pino y la haya atrevimiento
De ocupar a los peces su morada,
Y al Lino de estorbar el paso al viento?

Sin duda el verte presa, encarcelada,
La codicia del oro macilento,
Ira de Dios al hombre encaminada.

Soneto amoroso

A fugitivas sombras doy abrazos;
en los sueños se cansa el alma mía;
paso luchando a solas noche y día
con un trasgo que traigo entre mis brazos.

Cuando le quiero más ceñir con lazos,
y viendo mi sudor, se me desvía,
vuelvo con nueva fuerza a mi porfía,
y temas con amor me hacen pedazos.

Voyme a vengar en una imagen vana
que no se aparta de los ojos míos;
búrlame, y de burlarme corre ufana.

Empiézola a seguir, fáltanme bríos;
y como de alcanzarla tengo gana,
hago correr tras ella el llanto en ríos.

A una adúltera
Sólo en ti, Lesbia, vemos que ha perdido
El adulterio la vergüenza al cielo,
Pues que tan claramente y tan sin velo
Has los hidalgos huesos ofendido.

Por Dios, por ti, por mí, por tu marido,
Que no sepa tu infamia todo el suelo:
Cierra la puerta, vive con recelo,
Que el pecado nació para escondido.

No digo yo que dejes tus amigos,
Mas digo que no es bien que sean notados
De los pocos que son tus enemigos.

Mira que tus vecinos, afrentados,
Dicen que te deleitan los testigos
De tus pecados más que tus pecados.

Casamiento ridículo
Trataron de casar a Dorotea
Los vecinos con Jorge el extranjero,
De mosca en masa gran sepulturero
Y el que mejor pasteles aporrea.

Ella es verdad que es vieja, pero fea,
Docta en endurecer pelo y sombrero;
Faltó el ajuar y no sobró dinero,
Mas trájole tres dientes de librea.

Porque Jorge después no se alborote
Y tabique ventanas y desvanes,
Hecho tiesto de cuernos el cogote,

Con un guante, dos moños, tres refranes
Y seis libras de zarza, llevó en dote
Tres hijas, una suegra y dos galanes.


A Celestina
Yace en esta tierra fría,
Digna de toda crianza,
La vieja cuya alabanza
Tantas plumas merecía.

No quiso en el cielo entrar
A gozar de las estrellas,
Por no estar entre doncellas
Que no pudiese manchar.

A una dama bizca y hermosa
Si a una parte miraran solamente
vuestros ojos, ¿cuál parte no abrasaran?
Y si a diversas partes no miraran,
se helaran el ocaso o el Oriente.

El mirar zambo y zurdo es delincuente;
vuestras luces izquierdas lo declaran,
pues con mira engañosa nos disparan
facinorosa luz, dulce y ardiente.

Lo que no miran ven, y son despojos
suyos cuantos los ven, y su conquista
da a l'alma tantos premios como enojos.

¿Qué ley, pues, mover pudo al mal jurista
a que, siendo monarcas los dos ojos,
los llamase vizcondes de la vista?


Halla en la causa de su amor todos los bienes

Después que te conocí,
Todas las cosas me sobran:
El Sol para tener día,
Abril para tener rosas.

Por mi bien pueden tomar
Otro oficio las Auroras,
Que yo conozco una luz
Que sabe amanecer sombras.

Bien puede buscar la noche
Quien sus Estrellas conozca,
Que para mi Astrología
Ya son oscuras y pocas.

Gaste el Oriente sus minas
Con quien avaro las rompa,
Que yo enriquezco la vista
Con más oro a menos costa.

Bien puede la Margarita
Guardar sus perlas en conchas,
Que Búzano de una Risa
Las pesco yo en una boca.

Contra el Tiempo y la Fortuna
Ya tengo una inhibitoria:
Ni ella me puede hacer triste,
Ni él puede mudarme un hora.

El oficio le ha vacado
A la Muerte tu persona:
A sí misma se padece,
Sola en ti viven sus obras.

Ya no importunan mis ruegos
A los cielos por la gloria,
Que mi bienaventuranza
Tiene jornada más corta.

La sacrosanta Mentira
Que tantas Almas adoran,
Busque en Portugal vasallos,
En Chipre busque Coronas.

Predicaré de manera
Tu belleza por Europa,
Que no haya Herejes de Gracias,
Y que adoren en ti sola.

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